En noviembre de 2012, WhatsApp sufría su enésima caída y dejaba a millones de usuarios de todo el mundo sin poder comunicarse a través de él. Fue entonces, y no antes, cuando surgió con fuerza una alternativa que muchos empezaron a usar:LINE. Una aplicación de mensajería instantánea que ya llevaba tiempo en el mercado y aún no había logrado despegar (salvo en Japón, donde los stickers en 2D y los garabatos superpuestos en fotografías son deporte nacional). La cosa con WhatsApp ya había llegado demasiado lejos, y aquella caída supuso la guinda para que muchos empezáramos a buscar alternativas.
LINE empezó muy bien, luego descubrimos sus carenciasEso fue en noviembre. En marzo se desató la polémica cuando muchos usuarios de WhatsApp en Android que habían vivido felizmente sin pagar un centavo por él durante años, empezaron a ver cómo su mascota preferida se reconvertía en Tío Gilito. Si no hay dinero, no hay WhatsApp. Y eso incluía a adolescentes que veían una aberración pagar por lo que habían tenido gratis (ay, el manejo de las expectativas) y a esas complejas personas que en pleno 2013 siguen teniendo miedo a realizar compras online o a dar el número de su tarjeta de crédito en internet. Porque al final, los pocos motivos para no pagar por WhatsApp son motivos para sí hacerlo, realmente.LINE se posicionó con ventaja rápidamente. Ser completamente gratuito -salvo para los que nos volvimos adictos a la compra de stickers, maldito Doraemon- fue el empujón que dio al gran público para cambiar. Tener un cliente de escritorio para chatear desde el ordenador también fue el empujón que nos dio a los más geeks que pasamos el tiempo frente a él.
Sus aplicaciones son lentas, las cargas de mensajes son desesperantes... WhatsApp gana en simplicidadLINE tenía una oportunidad de oro. Las caídas mundiales de WhatsApp, el desencanto de muchos usuarios que no veían apropiado pagar 1 dólar anual por una aplicación que revolucionó la forma de comunicarnos, ofrecer un cliente de escritorio que lo hacía muchísimo más cómodo que WhatsApp... Y también su interfaz desenfadada, llena de stickers por todas partes, en contraposición a la estática interfaz de WhatsApp. Era lo nuevo, el cambio. Nos gustó. Pero como con Marc Anthony y Jennifer López, lo que parecía un amor eterno acabó antes de lo esperado.
Pronto empezamos a descubrir los defectos de LINE. La carga de los mensajes era insufrible, su gestión de las notificaciones, penosa, la sincronización entre móvil y ordenador daba dolores de cabeza. Al principio iba bien porque no había un gran historial que cargar, pero en cuanto teníamos unos cuantos mensajes y grupos almacenados que ralentizaban la carga de los nuevos, la experiencia quedaba al borde de la ruina. Eso ocurrió, y como hijos pródigos volvimos a WhatsApp, al menos para recuperar la simplicidad. LINE huía de ella, sobrecargaba sus aplicaciones con todo tipo de opciones. Y si funcionaba mal... Mejor volver a lo anterior. LINE perdió su oportunidad. Criticaba la estaticidad de WhatsApp, y las únicas evoluciones que introdujo en meses fueron temas de colores y más y más stickers, pero nada referente al funcionamiento y optimización de sus aplicaciones.
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